El inconsciente. Agujero sobre fondo negro

Sabemos que el agujero negro que engulló el Fornite (Darren Sugg, 2017-) durante días formaba parte de una estrategia comercial de Epic Games para renovar y mejorar su propuesta de mundo en la 11ª temporada. Sin embargo, esto no mitiga la fascinación que supuso para los jugadores ni la conversación mediática que avivó. Lo noticioso fue cómo jugadores de todo el mundo permanecían mirando el agujero negro, encarados a lo irrepresentable, sin poder jugar. Aunque después alcance el valor de un lapso en la batalla para reinventar otro mundo, por momentos nos interroga sobre el estatuto del juego y su función para la subjetividad.

Sin ambages, el malestar del ser hablante radica en que no somos nada. Nuestra existencia está marcada por la contingencia. Porque somos nacidos de las redes del lenguaje, los seres hablantes decimos ser. Pero si algo somos es pura conjetura. El sujeto es lo que interpreta que es para el Otro, las capas de identificaciones de las que se reviste obcecado en defenderse de la falta. Cada historia de vida, por tanto, es la historia de cómo cada uno se las arregla con ese vacío imposible de sortear y de llenar. Ahora bien, ese vacío, en realidad, está íntimamente ligado a la vida, pues no es tanto un enigma sobre la muerte sino sobre el sexo, el cuerpo y el deseo del Otro. Ese vacío es, en el mejor de los casos, el gran límite para el sujeto y la condición por la cual puede hacer transitable y vivible el mundo.

Podemos pensar que todo juego invita a un saber-hacer alrededor del agujero del no-saber.